martes, 16 de agosto de 2011

La luna y los sueños iluminaron la noche en Uceda



(En la foto) Adrián Henche se recrea a la verónica

Por Juan Carlos Antón


Bendita mil veces la luz desmayada/ Que avaro te presta magnífico el sol/ Bendita mil veces ¡oh luna callada!/Tu luz, que no enturbia dudoso arrebol. Palabras de José Zorrilla sobre la luna, siempre caprichosa, siempre perfecta que, ayer, tampoco quiso perderse la actuación de los alumnos de la Escuela Taurina de Guadalajara en Uceda. Y es que, aunque "los sueños, sueños son", no cesan los jóvenes toreros en su empeño por llegar a ser figuras del toreo, bordando su vida en oro, mientras caminan por un estrecho sendero repleto de espinas y con muy pocas rosas.

Y allí estaban los aspirantes a matadores. Con esa disposición de entregarse, de entregar la vida, dentro de esa filosofía tan bonita, pero tan difícil de poner en práctica, en la que no es sol quien marca el comienzo de un nuevo día, sino las ilusiones renovadas por ser torero.

Dieron espectáculo, del bueno, los alumnos de la Escuela Taurina de Guadalajara como también lo dió el catalán -luz en la tiniebla de una región de España que llora ya la muerte de la Fiesta-, Jonathan Dublino. Quizás el último mohicano. Estuvo bien con el que abrió plaza. Fue este un animal que requería toques muy precisos y al que era necesario someter con la mano baja. Tras fallar con la espada, cortó una oreja.

Sensacional Adrián Centenera. Dejó el cuerpo donde fuera, poco importa ya, y toreó con el alma. Y se me vinieron a la cabeza aquellas palabras que, a modo de código doctrinal, enunció Juan Belmonte: "Si quieres torear bien, olvida que tienes cuerpo. Se torea con el alma: como se sueña o se juega, como se baila o se canta". La mano derecha siempre baja, el estaquillador paralelo al piso y el público en el bolsillo con las bernadinas con las que cerró faena que "esto del toreo es para listos". Por ello desorejó al animal.

Por su parte, Carlos Sánchez recibió a su oponente por verónicas que remató con una revolera para más, tarde, poner banderillas. Y luego, vinieron los doblones por bajo para comenzar faena: erguida la figura, implacable el sentimiento. Se basó en la mano izquierda en la que centró todos sus esfuerzos tratando de alargar la embestida de su oponente. Una pena que fallase con los aceros y el premio quedase en oreja.

Cerró plaza Adrián Henche que antes de comenzar su actuación, susurraba confidencias a su capote clavando la vista en la costura de su esclavina. Mirando pero sin ver. Lo hacía dentro del burladero, de ese refugio, angosto siempre, en el que el tiempo pasa más despacio. Y salió para lanzar los vuelos del percal colocándose donde, segundos antes, le había indicado Jesús de Alba -"ese es el sitio Adrián"- y reflejar en la seda la estamapa del toro como, hace dos mil años, hizo un nazareno con Verónica. Y a partír de ahí, vino una faena sensacional: torera, entregada, rota. Pero solo las verónicas ya habrían valido. Y pasó lo que tenía que pasar, que dijo el señor presidente que solo había que cortar una oreja al animal y la afición, como si de la Revolución Francesa se tratase, indujo al alguacil a la rebeldía. Y allá fue Henche paseando las dos orejas.

Plaza de Toros de Uceda. Se lidiaron reses de Guerrero y Carpintero,bien presentadas y de buen juego para Jonathan Dublino (oreja), Adrián Centenera (dos orejas), Carlos Sánchez (oreja) y Adrián Henche (dos orejas).

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